Mi primer encuentro con el arte surgió en mi adolescencia cuando el dibujo y la pintura se convirtieron en mi “zona segura”. Me aislaba del mundo en un momento de fragilidad tratando de evitar golpes hasta encontrar mi espacio. El virtuosismo técnico y mi capacidad creativa me hacían fuerte hasta conseguir entender muchos años después, que además de un escudo, el arte se iba a convertir en mi mejor arma. Fue entonces cuando empecé a plantear un discurso experimentando con procesos y recursos hasta encontrar mi hueco en los movimientos artísticos vinculados a las políticas de género. Nunca me he considerado un teórico del arte, y suelo huir de las etiquetas a pesar de evidenciarlas en mi trabajo. Lo más cómodo para mí es trabajar desde la intuición apoyándome en la reflexión para evidenciar lo que quiero. Mi trabajo actual evoluciona conmigo hasta convertirse en mi otro yo, un yo interior que abandona el cuerpo para instalarse en el objeto, real o ficticio y convertirse en un relato autobiográfico.
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Esta es mi cocina. En ella paso muchas horas y nadie me cuestiona. Horneo lienzos, pinturas, pinceles; bato texturas, mezclo ideas con barro y decoro un espacio de trabajo solo con lo imprescindible para ser feliz. Aquí me siento libre y pinto con varillas, modelo con batidoras y hasta grapo lienzos con lenguas de gato. Me gusta mi cocina. En ella paso muchas horas y nadie lo cuestiona.
Francisco Buenavida (Pastelero)
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